Un brindis por el oficio linotipista

Redacción

Rafael Villegas se acercó a la linotipia siendo un niño, en su natal Parral (Chihuahua). La curiosidad de la edad lo orilló a observar las grandes máquinas, cuando apenas cursaba la primaria. El interés lo hizo escabullirse al interior de “El Sol”, donde los trabajadores le ofrecieron “tres periódicos por cada máquina que limpiara”.

Aceptó el trato y así empezó a trabajar en la linotipia (a la par de revender los ejemplares): aquel periódico cerraría en la ciudad poco después. Siendo todavía un adolescente entró a trabajar a otro par de diarios (“El Monitor” y “El Correo”), donde aprendió el oficio por completo. En busca de ampliar sus horizontes se mudó de ciudad, pasó por Tijuana y la Ciudad de México antes de llegar a Guadalajara, trabajando ya en editoriales formando libros.

Actualmente, la tecnología para editar periódicos, libros y revistas ha hecho de la linotipia un oficio en peligro de extinción, que tiene en personas como Rafael a los últimos exponentes de un modelo artesanal de trabajar los libros.

Un lugar donde se siguen haciendo libros con este método es Impronta Casa Editora, quienes organizan el evento “Linotipistas, el reencuentro”. El próximo sábado, la finca céntrica será el punto de encuentro para que los interesados en la edición y la lectura puedan charlar con los invitados, los últimos linotipistas en la ciudad. Además de Villegas estarán Francisco Lozano, Emilio Torres “el Camello” (quien fuera linotipista en EL INFORMADOR) y Chava Botello, todos ellos presentes en el libro de Ana Paula Santana titulado “Linotipia: Uno se encariña del oficio como se encariña con un ser querido”. La publicación fue coeditada por Impronta Casa Editora y Mexidmedia.press, y se presentó en días pasados en el Museo de Arte de Zapopan.

El reencuentro

Esta sesión de reencuentro, platicó el editor Carlos Armenta, es un segundo acto de la presentación. Armenta platicó que si bien existe una historia oficial de la linotipia, contada en documentales y libros de origen estadounidense, en las ciudades mexicanas afloraron maneras muy diferentes de trabajar en la linotipia. Por la lejanía y pocas probabilidades de que viajaran técnicos especializados de las empresas que fabricaban máquinas de linotipia e intertipos (como las que se albergan en Casa Impronta), los linotipistas aprendieron también a darles mantenimiento: además del homenaje el evento busca dar a conocer esas historias, de primera mano. Habrá brindis de honor.

Rafa Villegas comentó sobre el oficio: “Se aprende con la práctica, pero hay que conocer la cuestión mecánica”, algo que sólo se logra con muchos años de trabajo. “Es como un humano, sabemos qué le duele si se oye algo cuando trabajamos, si falla”, agregó.

En la propia manera de trabajar, dijo el linotipista, también hay diferencias, pues no es lo mismo editar un libro que un periódico: “En un libro no se puede espaciar mucho la línea, los espacios están más medidos. Es diferente en el periódico. O los guiones con la separación silábica: en un libro no se pueden poner más de cuatro o cinco en una página, pero en un periódico no importa”.

Actualmente, Rafa trabaja en Casa Impronta, gracias a una coincidencia: alguna vez pasaba por San Felipe y vio una linotipia, sin usar. Se acercó para comentarle al encargado que él sabía trabajar ese tipo de máquinas, por lo que empezó a colaborar allí, aunque el trabajo era cada vez menos. Poco antes de que el dueño se deshiciera de la máquina (que iba a vender “al kilo”), Clemente Orozco Farías logró rescatarla para Casa Impronta: “Y en el paquete venía yo”, bromeó el linotipista.