Evidenciar el racismo a través de la danza y la estética del cuerpo

Redacción.

Convencido de que la danza no sólo se ve sino también se escucha, Rafael Palacios ha demostrado mediante la estética del cuerpo que el racismo es la gran llaga de América. Una herida que, dice, sólo sanará en la medida en que las sociedades acepten que los comportamientos racistas se han normalizado tanto que pasan inadvertidos.

Él mismo ha sufrido este racismo estructural en Colombia, el segundo país de América Latina con mayor población afrodescendiente. Por eso desde hace 22 años encabeza una cruzada contra la exclusión racial desde su compañía de danza, Sankofa, que fundó después de un extenso viaje por África para nutrirse de los saberes milenarios de sus pueblos.

De 2008 a 2016 lideró Pasos de la Tierra, un proyecto pedagógico que convocó a más de 2 mil personas del Pacífico Sur de Colombia con el objetivo de fortalecer su identidad afrodescendiente a través de la danza. El plan, reconocido por la ONU como Buena práctica de inclusión social afrodescendiente en Latinoamérica, alejó a los jóvenes de los conflictos armados y colaboró a la reconstrucción delas comunidades.

Sus coreografías, que reinterpretan las raíces dancísticas africanas desde un lenguaje contemporáneo, han sido reconocidas en Francia, Canadá, España, Jamaica, Brasil, Burkina Faso, EU y China. Ahora es turno de México, donde debutará en septiembre con La ciudad de los otros, en el Teatro de la Ciudad.

Nuestra lucha en Sankofa es derribar prejuicios. No podemos continuar con esosimaginarios sexistas y cargados de erotismo que reflejan a nuestras expresiones como grotescas o vulgares. A lo largo de los años, las danzas negras han sido vaciadas de significado social, político y filosófico hasta convertirlas en caricaturas. Al alejarnos de esos imaginarios, recuperamos el contexto cultural e histórico en que fueron creadas y, a la vez, abrimos caminos para expresiones contemporáneas. En Colombia, danzas como el mapalé se han convertido en bailes eróticos y exóticos que pintan a los negros como una comunidad a la que sólo le interesan las orgías y el sexo. Esto también ha sucedido en otros países de América Latina. Tengo la firme convicción de que podemos reescribir la historia de nuestra comunidad a través de un cuerpo que busca la dignidad y la igualdad.

Se tiene la creencia de que lo que hacemos es folclor o tradición y nos niegan esa voz contemporánea que tenemos. A través de nuestras danzas evidenciamos los procesos sociales que vivimos. En Colombia, la gente afro ha creado danzas urbanas como la salsa choke, el exótico y el paso e perra, que ponen un argumento y una narración joven en las comunidades negras. Lo que de pronto se olvida es que lo que hacemos es una disciplina, como el ballet. Quizás diferente desde la vista eurocéntrica, pero lo es. Las comunidades indígenas también pueden ser disciplinadas. Debemos evadir la heteronormatividad y la homogenización del saber.

Las sociedades siempre encuentran momentos en la historia para escandalizarse por modelos que pretenden poner a todos los seres humanos como personas iguales. La fiesta, el escándalo y todas esas expresiones que a veces parecen grotescas y que forman parte de la cultura del reguetón, lo que hacen es llamar la atención de una sociedad que está excluyendo a ciertas comunidades. Lo que se exige son las mismas oportunidades que tienen los privilegiados. Hay que tener cuidado en estigmatizar este tipo de expresiones y afirmar que no sirven para nada. Quizás a los más viejos no nos gustan sus letras peyorativas contra la mujer, ¿pero qué pasaría si esos jóvenes dotaran al reguetón de un contenido más social? Todas las manifestaciones artísticas son cuestionables. Incluso la tradición, que no siempre es buena. Entre todos, jóvenes y adultos, debemos encontrar nuevas maneras de construir el mundo. Desde su origen, las danzas negras han sido danzas de rebeldía. Pero con el tiempo se vacían de sentido.

Eso seguirá pasando. Cuando las manifestaciones culturales provienen de las partes más excluidas de la sociedad son, inicialmente, mecanismos de defensa y de conservación de su propia identidad. Al comienzo son rechazadas, escandalizan, pero pronto el capitalismo brutal se apropia de ellas y hace dinero con ellas. Busca los fenotipos que más gustan, que más morbo generan, y los vende. El nuevo colonialismo se apropia de los saberes de otros. El capitalismo sabe hacerlo muy bien: cuando ve que hay una manifestación cultural muy potente entre los más desprotegidos, se la apropia y se la vende a todo el mundo. Es así que las personas que crearon una cultura son reemplazadas por personas que venden un producto.

No, porque el hip hop, desde su rebeldía intrínseca, ha logrado ser un lenguaje universal y comercial en muchos sentidos, pero mantiene esos rasgos culturales flexibles que le permiten seguir siendo una expresión local. No se construye igual esta música en Colombia que en México, en Estados Unidos o en China. El hip hop ha podido delatar, a través de la pintura, el baile y la música, las circunstancias históricas en las que han vivido las comunidades que lo crean, sin importar las fronteras.

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