El sabotaje al encierro

elcristalazo.com / por Rafael Cardona

Cuando la ciudad, y en general el país, viven en el archipiélago de las islas rodeadas por los virus y la unión social nos impide hasta darnos la mano, el primer pensamiento debe ser: ¿esta lejanía cercana es una imposición caprichosa o una conducta necesaria ante la grave situación?

Personalmente creo lo segundo: el Gobierno de la Ciudad de México —cuyas muchas fallas no deben ser ahora materia ni de comentario ni de crítica, pues hay cosas más importantes—, actúa con base en la necesidad; no en la apariencia.

En este asunto del cierre de sitios de concentración y esparcimiento; de diversión o de higiene y hasta en la clausura de sus programas clientelares, como los PILARES, asume una responsabilidad esencial: la protección de los habitantes y las elementales precauciones ante las fuentes de contagio. ¿Cuáles son esas fuentes? Nosotros mismos.

La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, ha asumido estas decisiones, graduales, paulatinas, pero al parecer cuidadosas y meditadas, sin reparar en los costos políticos —externos, pero sobre todo internos—, porque los va a tener. Lo sabe.

Está interpretando una actitud generalizada de preocupación y de temor ante los miles de contagios por venir. Contagios y muertes. Y lo hace en discordancia con el discurso mágico de su líder político.

Su actitud y autoridad ya encontraron un obstáculo. Y lo encuentra precisamente donde debería tener un apoyo.

En muchas ocasiones yo he dicho sobre el dominio del Señor Presidente sobre el gobierno de la ciudad, al grado de vestirlo con la librea de la regencia. Este no es el caso y por eso desde Oaxaca surgió —poco antes del anuncio de CS—, el sabotaje al confinamiento domiciliario.

En Facebook el Señor Presidente instó a “…no dejar de salir…yo les voy a decir cuándo no salgan, pero si pueden y tienen posibilidad económica, sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas porque eso es fortalecer la economía”; exhortó a “seguir haciendo una vida normal”.

“No hacemos nada bueno, no ayudamos si nos paralizamos, sin ton ni son, de manera exagerada”,dijo con su tono coloquial, en cuyo provinciano fraseo domina el gracejo sobre la idea. ¿Sin ton ni son?, dice el SP. Pues diga él, entonces, cuáles deben ser el tono y cuál debe ser el son. Suena como el célebre símil del avispero y el palo.

Sin embargo no todo en el Señor Presidente es levedad. No todo es superficialidad. A veces hurga en la entraña de los días y se da cuenta de asuntos graves. Y entonces —aunque luego las olvide—, nos da pistas sobre cosas importantes:

“…por eso tenemos presupuesto y si nos va mejor, si no nos pega mucho la crisis económica que se está avizorando y sintiendo ya por el coronavirus, por la caída en el precio del petróleo, si atemperamos esa crisis,vamos a ver primero cómo nos va al enfrentar la crisis económica que se avecina…Vamos pronto a presentarles todo el plan de recuperación económica…”

Sin embargo ese plan no acarreará novedad. No será tal. Será la insistencia en la forma como se distribuye el presupuesto (no cómo se genera el dinero): los programas socio-electorales; inmutables.

Las obras ideológicas (Aeropuerto Felipe Ángeles, Refinería de Dos Bocas, Tren Maya, Tren Transístmico, Bancos del Bienestar, etc), se afianzarán en su condición dogmática, sin ninguna posibilidad de cambios. Los recursos de inversión extranjera en energía (petróleo y luz), jamás llegarán. No se subastarán concesiones en campos petroleros. Lo demás, es irrelevante. En el mercado un dólar vale 25 pesos. Y sigue la mata dando.

Y con la cancelación de la cervecera de Baja California, con un avance de casi 70 por ciento, gracias a una consulta palmípeda orientada desde el gobierno estatal, los augurios son malos. Muy malos.

Nadie querrá venir a un país donde las reglas del juego cambian cada día, como se mueve la veleta. O como dijo Carlos Salazar, presidente del Consejo Coordinador Empresarial: las consecuencias serían (hablaba antes de la consulta), desastrosas.

Pues con la novedad, don Carlos, el desastre ha llegado, sin perjuicio para los capitales mexicanos, claro. Los grandes empresarios pagan gozosos o cabizbajos, el “entre” de la rifa del avión y soplan el regüeldo de su tamal de chipilín. Y el turismo por los suelos.

Pero los extranjeros pueden sencillamente darle la espalda a las imaginarias ventajas de inversión en un país con crisis económica y negación del orden jurídico.

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