LA PUÑALADA INMINENTE EN SANTA FE

El crecimiento de la ciudad hacia el poniente, cuyo punto de esplendor es el defectuoso “desarrollo” de Santa Fe —más bien subdesarrollo, si se toman en cuenta sus carencias en agua, vialidad y densidad fuera de control—, ha tenido, por si fuera poco, dos amenazas en los últimos años.

La primera, medianamente contenida, la urbanización del predio La Mexicana, la cual —a pesar de todos, especialmente de la pandilla del cacique de Álvaro Obregón, Leonel Luna—, fue realizada con menor impacto del inicialmente proyectado.

La Mexicana iba a ser una especie de “Unidad Kennedy” y terminó siendo un híbrido de parque público con mil 500 departamentos en derredor. Perdió tres mil viviendas de las originalmente previstas en el abusivo plan inicial.

—¿Quién negoció este parque a cambio de autorizar los multifamiliares de mil 200 departamentos “de lujo”?

El GDF con el ubicuo y poderoso Grupo Dahnos (la única inmobiliaria con diputada constituyente incluida), constructor entre otros muchos centros comerciales del abigarrado Parque Delta. Una de las empresas inmobiliarias intocables, cuya proliferación no se ha detenido en los últimos años.

La información oficial dice:

“…El Parque La Mexicana, con su extensión de 28 hectáreas (tres veces el tamaño de la Alameda Central), es el nuevo pulmón de la CDMX gracias a su propuesta tecnológica, urbanística y ambiental que respeta la flora y fauna de Santa Fe.

“…Diseñado por el arquitecto paisajista Mario Schjetnan, el parque tiene 210 mil metros cuadrados de áreas verdes que cuentan con 2 mil árboles plantados, un espacio ideal para organizar un picnic en familia mientras observas los imponentes edificios que lo rodean o enamorarte de sus dos lagos y tres humedales… se plantaron más de 3,000 especies arbóreas y crearon 180,000 metros cuadrados de áreas ajardinadas con pasto y 60,000 metros cuadrados de áreas con plantas de ornato y especies endémicas de la zona”.

“Cuenta con áreas deportivas, culturales, infantiles y para mascotas; ciclopistas, andadores, humedales de captación pluvial, zonas de comida y foros al aire libre… con un costo de 2 mil millones de pesos aportados por inversionistas privados a cambio de otras 12 hectáreas adyacentes donde construirán más de 1,600 departamentos de lujo…”

Pero si en La Mexicana se logró rescatar el parque del tamaño de cuatro Alamedas Centrales, en la nueva amenaza (cinco veces más grande) no parece haber, por ahora, un trueque tan aparentemente favorable.

La más reciente amenaza involucra al gobierno federal, al de la Ciudad de México y a la Secretaría de la Defensa Nacional, cuyos dominios territoriales en todo el país son inmensos, tanto como para convertir al Ejército en un factor más en el desequilibrado tianguis inmobiliario de la capital, dominado por los dueños de la especulación de tierra y dinero.

Como un paréntesis, vale mencionar la pasarela ante los “desarrolladores” (muchos de ellos maestros de la depredación urbana disfrazada de modernidad), por cuya alfombra desfilaron, a cual más dócil y oferente, los tres candidatos a la Presidencia de la República, hace un par de días en un pedante encuentro llamado The Real State Show, considerado el “espacio” en el cual se puede “interactuar con las personalidades (no con las personas) y las compañías más destacadas del mundo inmobiliario, para hacer networking, etc., etc.

Pues con estos mamilas se reunieron los aspirantes al Ejecutivo.

Pero eso se podrá analizar después. Por ahora volvamos al siniestro panorama sobre el poniente de la ciudad, donde solitarias y ociosas, se van colocando con lentitud de quelonio mayor, las columnas de un tren a Toluca, cuyo tiempo de inacabada construcción ya habría bastado para un buen tramo del Ferrocarril Transiberiano.

La Sedena, como todos sabemos, tiene un campo alterno al número Uno, donde hubo fábricas de equipo y suministros. Ahora esos predios han despertado la codicia de vendedores y compradores; “desarrolladores” y farsantes del urbanismo, en una trama cuya evolución ya nos lleva hasta a capítulos como de espionaje, pues el señor coronel Sergio Gallardo Bonilla —comisionado por la Sedena para analizar la venta del citado terreno—, y sobre cuyo aprovechamiento advirtió por los problemas de vialidad, dotación de agua y demás, fue hallado en Cancún, con una bonita corbata de soga en el pescuezo, extraña prenda cuya firmeza le impidió la necesaria costumbre de respirar.

Se suicidó, dijeron. Y así, el plan avanza.

Ciento veinticinco hectáreas son un manjar para quienes desean alimentar al monstruo inmobiliario cuya voracidad podría crecer el catálogo de horrores fantásticos de Guillermo del Toro.

Y ya se escuchan voces de alerta, alarma y rechazo. Miguel Ángel Mancera, desde la esquina de su inminente salida del gobierno, ofrece proteger las áreas verdes mientras otras voces claman por construir ahí un parque. Otro parque, con lagos y cascadas en la seca ciudad, seguramente.

En el mejor de los casos harán un arreglo. Un pedazo de parque y otro, enorme, conjunto inmobiliario y comercial.

Y pronto, nadie tendrá agua ni podrá circular.

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